Mientras los informes medioambientales ensalzan al coche eléctrico como la única vía hacia un futuro sin emisiones, la industria europea del automóvil, y en especial la posventa, enfrenta una realidad mucho más cruda: costes inasumibles, empleos en riesgo y un parque automovilístico que no está preparado para un cambio abrupto. ¿Está Europa forzando demasiado la marcha?
El sector de la posventa de automoción europea vive hoy una de las encrucijadas más complejas de su historia. Entre promesas de un futuro limpio y los rigores de la economía real, talleres, fabricantes y distribuidores miran con creciente incertidumbre el rumbo que se pretende imponer desde Bruselas.
El coche eléctrico, sin duda, presenta ventajas innegables desde el punto de vista medioambiental. El último informe del ICCT es contundente: un vehículo eléctrico emite hasta el 73% menos de CO₂ a lo largo de su ciclo de vida que uno de gasolina. Incluso teniendo en cuenta las emisiones elevadas de la fabricación de baterías, el punto de equilibrio se alcanza en menos de 17.000 kilómetros. Además, la descarbonización progresiva de la red eléctrica europea seguirá mejorando esta ecuación con el tiempo.
Pero mientras los informes destacan la eficiencia ambiental de los eléctricos, la realidad industrial y económica del sector automovilístico europeo muestra un panorama muy distinto, incluso inquietante. Un reciente estudio del CEPS, respaldado por ACEA, advierte que la transición hacia el coche eléctrico no es un simple cambio tecnológico, sino una transformación profunda que podría erosionar seriamente la competitividad, el empleo y el valor añadido del sector.
La posventa, precisamente, se encuentra atrapada en medio de este choque de fuerzas. Por un lado, un parque automovilístico que envejece, con vehículos de combustión cada vez más antiguos, pero aún imprescindibles para millones de conductores que no pueden permitirse un coche eléctrico. Por otro, un futuro aún incierto, donde los costes de producción, la falta de infraestructura de carga, la dependencia asiática de las baterías y el desempleo amenazan con dinamitar la transición.
Europa, hoy, no está preparada para un apagón súbito del motor de combustión. Ni la industria, ni los trabajadores, ni los conductores, ni la propia posventa pueden asumir una transformación forzada que desconoce los tiempos económicos y sociales reales. El coche eléctrico debe ser una opción, no una imposición.
Defender al vehículo de combustión no es negar el avance tecnológico, sino reconocer que sigue siendo un pilar económico y social imprescindible. Gracias a su accesibilidad, su infraestructura consolidada y su madurez técnica, los motores térmicos siguen sosteniendo buena parte de la movilidad y el empleo en Europa. Además, la innovación en combustibles sintéticos y biocombustibles abre nuevas puertas a una combustión más limpia y eficiente.
La posventa necesita certidumbre y equilibrio. Apostar exclusivamente por el eléctrico, sin soluciones transitorias realistas, sería condenar a la quiebra a miles de talleres, distribuidores y empresas auxiliares, además de castigar injustamente a millones de conductores.
Sí, avancemos hacia un transporte más limpio, pero sin perder el contacto con la realidad. La electrificación, por ahora, es parte de la solución, pero no puede ni debe ser el único camino. El motor de combustión todavía tiene mucho que ofrecer. Europa no puede permitirse renunciar a él tan a la ligera.
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